Atrevámonos a pensar
Rubén Fúnez*
Introducción
Estamos obligados a cursar en este semestre la cátedra de Filosofía. A algunos les está interesando, a algunos otros les es indiferente, y, quizá, a la mayoría les resulta en cierta medida incomprensible. ¿Dónde reside la posible incomprensibilidad de la filosofía? Es fácil constatar que la mayoría de los estudiantes nunca ha recibido un curso de filosofía, por la genial idea del ministerio de Educación de quitar de los programas de bachillerato esta materia, con la que se quitaba a los estudiantes una basa en la cual apoyar su actividad reflexiva.
Entonces, el estudiante se encuentra con la gran dificultad de comenzar de cero, con una disciplina que requiere no sólo la buena voluntad para estudiarla, sino el talento para comprenderla. Tan importante como lo anterior, al encontrarnos en una situación en la que el saber se ha convertido en una técnica, la filosofía no encuentra cabida en este mundo hiperpragmático.
Todo esto requiere que de nuevo expongamos en dónde reside la importancia de la filosofía. Comencemos diciendo que la filosofía es una disciplina que puede capacitarnos a pensar adecuadamente. Sin embargo, aquí se plantean dos inquietudes. La primera tiene que ver con la actividad misma de pensar, que ha llevado a cabo la filosofía y, la segunda, está vinculada al objeto de ese pensar, es decir, qué pensar.
Pensar: actividad filosófica
Respecto a lo primero, hay que decir que la filosofía debe justamente su origen, al menos y esto hay que decirlo por la exigencia de E. Dussel, de colocar en la cultura Bantú el origen de la Filosofía, a un modo nuevo de colocarse frente a las cosas. El orto de la filosofía se encuentra cuando un grupo de helenos geniales, en lugar de querer identificarse con las cosas, en lugar de querer hacerse uno con las cosas que contemplaban, buscaron entender el principio de sus cambios, de sus modificaciones.
Es un lugar común, al menos para aquellos estudiosos de la filosofía, que los pensadores griegos se vieron forzados a pensar precisamente por el continuo cambio en el que estaban inmersas las cosas. Estaban inmersos en un horizonte de movilidad: las cosas cambian. Este cambio solo podía ser posible porque las cosas tienen en sí mismas el principio de esas modificaciones. Esta consideración de las cosas implicó un modo nuevo de pensar. La filosofía surge, pues, cuando piensa de modo novedoso aquellas cosas con las que los hombres hacían su vida.
Sócrates, probablemente el más importante de los pensadores griegos, pudo salvar la ciencia justamente exigiendo a sus amigos pensar de un modo diverso a como lo hacían los sofistas. Los sofistas estaban ellos mismos convencidos, que de lo que se trataba era de convencer a los demás. Pero es evidente que si lo primario era convencer al otro, la verdad de lo que las cosas son quedaba relegada. Y muchas veces no importaba tanto la verdad como el hecho de persuadir a los demás. Sócrates piensa, al menos desde la perspectiva del Zubiri de Cinco lecciones de filosofía, que pensar las cosas significa tener de ellas un concepto que pueda plasmarse en una definición. En todo caso y desde la perspectiva que aquí nos interesa, esta labor fue la que salvó a la filosofía griega permitiendo que tanto Platón y Aristóteles retomaran los problemas planteados por Sócrates.
Descartes, casi veinte siglos después, y con todo lo que significaba ser un hombre de la modernidad: el hombre moderno se encuentra en la soledad más absoluta y esta soledad es la que manifiesta el pensador francés cuando pone en duda absolutamente todo lo que había aprendido de sus profesores. Pensar en su caso significó someterlo todo a una duda radical, y, paradójicamente, lo que sale de esta duda es la filosofía moderna europea. La filosofía fue la que le proporcionó la certeza para no perderse en su mundo de inseguridad.
Husserl, por su parte, en las primeras décadas de aquel convulso siglo XX al pasar lista de la crisis de la ciencias europeas y de concebir dicha crisis como manifestación de la crisis de la sociedad europea ve como posible alternativa su método filosófico, es decir, la fenomenología que ha vertebrado la casi totalidad de la filosofía del siglo XX.
Zubiri en medio de la cruel Segunda Guerra Mundial, se atreve a decir que la situación intelectual en la que se encuentra se debe al hecho de no abordar la situación desde una perspectiva filosófica, y finalmente, Ellacuría, a mediados de la década de los setenta dice con aplomo que la situación salvadoreña, en la que se violaba tan cruelmente tanto los derechos civiles como los económicos se debe fundamentalmente a una pavorosa ausencia de filosofía.
Es decir, la filosofía ha sido, desde sus orígenes una disciplina que ha tomado en serio la actividad de pensar, desde esta perspectiva mucho bien nos haría que la tomáramos en serio esta formidable disciplina.
Qué pensar?
En segundo lugar, no se trata sólo de pensar, sino qué pensar. Es una cuestión de suma importancia, en la medida en la que la actividad del pensamiento se ve forzada no sólo porque “podamos” pensar, al pensar no sólo está en juego el origen del pensar, sino aquello que moviliza el pensamiento. Si no existiera algo que movilizara el pensamiento aunque fuéramos unos genios no podríamos llevar a cabo dicha actividad, con lo que quiero decir, que el pensar viene forzado por la situación en la que nos encontramos. En este sentido todo pensar está situado. Por lo tanto, la principal tarea que tenemos planteada es la de precisar el desde dónde estamos pensando. Se trata de una exigencia inexorable del pensamiento, dado que según sea el lugar por el que optamos, así serán las respuestas que encontremos a los problemas que tengamos planteados. Pensamos desde la realidad, y esa realidad es la que nos capacita para responder a los desafíos por ella presentados.
*Investigador y catedrático de la Universidad Luterana Salvadoreña