La Guerra social: código y clave. Parte IX
Dagoberto Gutiérrez*
Conviene tener en cuenta que todo el proceso que hemos descrito es considerado como el génesis de un madurez del conflicto que estamos llamando guerra. Asimismo, hay que saber que estamos situando los acontecimientos dentro de un prolongado proceso político, económico e ideológico, proceso que contiene factores estructurales destacados y hasta determinantes. Veamos algunos:
La filosofía dominante neoliberal dictó y estableció el desmantelamiento del Estado como aparato rector y su conversión en un simple instrumento de apoyo al mercado, abandonando su sentido público y sometiendo la relación con los ciudadanos a una especie de vínculo mercantil y mercantilista.
La economía se estableció como una simple y compleja, a la vez, operación de transformación del antiguo ciudadano en consumidor y de todos los bienes y valores en mercancías. Este proceso alcanzó a las funciones públicas como la educación, la salud, agricultura, etc., que fueron convertidas en lo más cercano a un negocio.
El país se convirtió en el reino de las empresas transnacionales, sin pedir nada a cambio, y todo a nombre de la búsqueda de la inversión extranjera, sin que hasta la fecha ésta haya aumentado o deje de ser insignificante.
El territorio del país dejó de ser el escenario de la soberanía estatal y se convirtió en una cancha donde el mercado juega su actividad las 24 horas del día y en donde el ser humano debe comprar o vender para tener algún valor, incluso, debe convertirse en mercancía para poder venderse como tal.
Este orden de cosas establece la marginación y la exclusión como criterios básicos de la vida en sociedad, de tal manera que la periferia es la realidad dominante adentro de toda la periferia que constituye el país. Las víctimas más propicias de este mundo salvaje así construido resultan ser los que recién vienen a la vida y los que se acercan al fin de ésta, los jóvenes, las mujeres, y toda persona que esté fuera de una edad laboral óptima. El aparato del Estado se convierte en el reino del clientelismo político y en el botín en permanente disputa entre las diferentes facciones de las fuerzas gobernantes.
En cuanto a las clases dominantes hay que decir que el sector dominante tradicional ha perdido las posibilidades de construir un consenso para gobernar con preeminencia, pero también ha disminuido su capacidad de establecer su tradicional dominio dictatorial. Mientras, una crisis histórica se instala cómodamente en el país.
Esta crisis abarca la incapacidad de las clases dominantes para gobernar o para imponer su voluntad. También significa la ausencia de capacidad popular para disputar el control del país a la oligarquía dominante. Igualmente, la prolongación de esta crisis durante varias décadas expresa la disputa por la hegemonía de facciones económicas que aún carecen de las condiciones necesarias para definir su control.
Estos factores rápidamente enunciados, más otros que nos faltan, construyen el escenario adecuado para que la conflictividad que acompaña a un proyecto neoliberal aplicado brutalmente en un país empobrecido, genere la incapacidad para resolver ese conflicto de una manera definitivamente favorable a uno de los bandos.
Estamos llamando guerra a un conflicto no resuelto y construido calculada y planificadamente. No consideramos que las guerras sean procesos naturales o que sean parte de la naturaleza de los seres humanos. Consideramos que las guerras se deciden y se construyen calculadamente para definir a sectores o bandos vencedores o vencidos.
En El Salvador, existen agrupaciones llamadas pandillas o también maras, que usan el terror, la más alta violencia y la fuerza en todos los matices, para imponer su voluntad. Desde un poder político, económico, ideológico y militar, tienen capacidad para enfrentar aquel orden debilitado que todavía proviene de un aparato estatal sin condiciones para recuperar un territorio que ha abandonado calculadamente. Son fuerzas organizadas desde las sombras en todo el territorio, que dominan y controlan la vida de extensas comunidades, que dictan las normas y criterios fundamentales para la vida de estas comunidades, que cuentan con poder económico de cuantía considerable, con capacidad para usar el sistema financiero que opera en el país, con mandos y jefaturas establecidas, reconocidas y acatadas, con poder político activo expresado en directrices, decisiones de variada naturaleza, tomadas desde centros penales o afuera de ellos, que son aplicadas en la sociedad.
Todos estos agrupamientos constituyen una fuerza, en el sentido que cuentan con capacidad de acción y también de reacción, y con recursos militares, en un proceso de armamentización, aparentemente permanente y hasta creciente. Esta fuerza ataca militarmente, es decir, de manera planificada, a la Policía Nacional Civil y a la misma Fuerza Armada, y estos ataques se realizan en todo el territorio, al mismo tiempo que afianzan su control sobre la vida ciudadana de crecientes sectores.
Hasta ahora, la política gubernamental no parece ni aparece con condiciones para enfrentar exitosamente a estas fuerzas que se le oponen, pero tampoco parece tener una política confiable y sostenible. Mientras esto ocurre, la sociedad es sometida al mayor baño de sangre que nuestra historia registra y al miedo más extendido y permanente.
Conviene puntualizar en este aspecto que esta guerra se ceba, precisamente, en los sectores marginalizados de la economía, la educación y la salud, siembra aquí el miedo y el terror, estableciendo una especie de parálisis que impide reacciones de las comunidades, así como compromisos útiles para defender y mejorar su vida.
Esta guerra no amenaza a los de arriba ni interfiere con las actividades de las grandes empresas transnacionales, no reduce ni las actividades ni las ganancias de un mercado victorioso y saludable, afecta a los pequeños y medianos empresarios y quiebra la vida de los últimos, en beneficio de los primeros. Es una guerra en contra de los de abajo y que goza de la confianza de los de arriba.
Hemos llamado a ésta, guerra social, y hemos situado su génesis en los momentos finales de la guerra civil de 20 años. Cuando esta guerra termina, se crearon las condiciones para que esta nueva guerra se construyera lenta pero inexorablemente. En esos momentos históricos, una guerrilla victoriosa y poderosa se desarma y sus organizaciones se integran al sistema político. Conviene en este punto establecer la diferencia y las distancias entre esa guerra civil y la actual guerra social. Este punto lo veremos a continuación.
*Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña