A propósito del mes de la patria. Queremos patria también para las mujeres
Deysi Cheyne*
Septiembre es el mes de la Independencia Patria. Así lo aprendimos desde la niñez, en la escuela del pueblo donde nacimos y vivimos, marchando en las calles empedradas, de cachiporristas o uniformadas portando el estandarte nacional, recitando la oración a la bandera o bailando El Carbonero, como parte del grupo de danza folclórica del barrio. Todo alegría y patriotismo, esperando el 15 para el desfile mayor. Entendíamos que cada año cumplíamos uno más de independencia de los españoles, que, sin embargo, “nos habían heredado idioma y religión”. Los próceres libertadores eran hijos de españoles, que habiendo nacido aquí, querían liberarse de su rey porque ellos ya tenían su propia corona en las tierras que habían usurpado. Y las víctimas de esa usurpación? Las mujeres y los hombres a quienes se había expropiado su lengua, su tierra, sus dioses, de quién se habrían querido independizar? La historia que aprendimos en la escuela nunca hablaron de ellos, la mayoría, de la cual heredamos su sangre y su pisoteada dignidad.
Al hablar de Patria, como concepto, nos enfrentamos a una diversidad de contenidos: como sinónimo de la tierra que te vio nacer o la que te adoptó como suya, y por eso se ama y se respeta, porque ahí nacieron tus padres, tus abuelos, tus ancestros, o porque en ella te convertiste en ciudadana con deberes y derechos, reconociendo símbolos que te dan identidad frente a otros pueblos o naciones.
No hay duda que la palabra Patria será siempre un concepto en construcción, inacabado, cambiante, dependiendo de la historia, de la ideología y del vinculo afectivo que se cree, según sean las convicciones de cada quien.
Mi Patria, El Salvador, me pertenece, por todo lo antes dicho: porque aquí nací, crecí, aprendí a ser lo que ahora soy y no soy, porque las personas que más quiero pertenecen también a ella, y porque muchos años de mi vida han sido dedicados a luchar porque fuera más justa y más humana, sobre todo con aquellas personas que siendo también salvadoreñas no contaban con condiciones mínimas para vivir. Tras fronteras, fue siempre un orgullo hablar de la Patria salvadoreña en construcción, de la lucha por conquistar una vida digna para todos y todas, y de sentirme parte de una generación comprometida con la utopía de una Patria mejor.
En 1992 terminó la guerra de liberación nacional, unos acuerdos de paz parecidos al Acta de Independencia de 1821, dibujaba una nueva Patria. En ellos no se habló de la liberación de las mujeres específicamente, entendimos que los alcances plasmados nos abarcaban a las mujeres también. Sin embargo, fue muy importante que las feministas de la época hicieran visible la ausencia que los acuerdos de paz tuvieron para las mujeres.
23 años después, la lucha de las mujeres ha aportado significativamente para que el Estado salvadoreño tenga herramientas, mecanismos y leyes que permitirían una situación mejor para la vida las mujeres. Hay, a nivel nacional, decenas de organizaciones de mujeres luchando por sus derechos y demandando que se cumplan. La conciencia de que tenemos derecho a exigir derechos se instaló en muchas mujeres salvadoreñas que ahora luchan por una vida sin violencia, por la autonomía económica y de sus cuerpos, por la participación igualitaria en los espacios políticos de toma de decisiones, por sus derechos sexuales y reproductivos, por mejores condiciones de trabajo para las miles de mujeres que sostienen la economía del país, en fin, elevando su voz para ser escuchadas y reconocidas.
La Patria salvadoreña de hoy está sufriendo. El abandono estatal frente a la feminización de la violencia y la pobreza ha colocado a más mujeres en una situación tal de vulnerabilidad que está poniendo en riesgo los avances logrados hasta ahora.
El orgullo por la Patria que amamos te despierta el patriotismo, un sentimiento de apego y admiración por ella misma, por su cultura, por su historia, por lo que queremos que llegue a ser, pero también por la necesidad de pertenencia a un colectivo que te acoge y te protege. En la medida en que esta protección no se siente ni se vive, viene una frustración que genera desajustes psicológicos y materiales que desestabilizan individualmente y a la colectividad en su conjunto.
La sociedad salvadoreña de hoy oprimida y explotada históricamente, padece hoy de una misoginia generada por el modelo capitalista más oprobioso que se ha padecido. El patriarcado en su versión capitalista neoliberal se ensaña en los cuerpos de las mujeres, para venderlos, comprarlos, explotarlos, comercializarlos, intercambiarlos, vengarlos. Las nuevas formas de violencia contra las mujeres ejercidas por el Estado, la Iglesia, los medios de comunicación, la familia, las instituciones políticas, y lo que representa el género masculino, en general, constituyen mecanismos de opresión y dominación que precariza la vida de las mujeres.
Las mujeres sostenemos la economía de El Salvador, y con ello, la garantía de que el país y su población no colapse. Una Patria de la que podamos sentirnos orgullosas y orgullosos deberá reconocer esta verdad probada.
En el mes de la Patria, vaya un reconocimiento a aquellas mujeres que con su tesonero trabajo diario hacen Patria, la construyen, la sufren. Y vaya un grito de exigencia y de reclamo a todos aquellos que, responsables del bienestar de toda la población, no están haciendo lo que les corresponde para garantizar la igualdad y la equidad para toda la sociedad.
*Coordinadora del Programa de Género de la Universidad Luterana salvadoreña