Corrupción en El Salvador
Daniel B. Mina*
La nuevas generaciones a veces creen que la corrupción es algo nuevo, contemporáneo o de nuestros tiempos; pero en realidad la corrupción en el mundo es tan vieja como el nacimiento de las sociedades divididas en clases sociales, históricamente hace algo más de 7000 años, cuando un grupo de “corruptos” hicieron ley, que de lo que producían entre todos la mayor parte fuera de ellos. Ese propio día nació el Estado y nació la corrupción. En el caso de El Salvador, la corrupción no comenzó en 2009 cuando Mauricio Funes fue electo presidente, ni en 1989, ni en el proceso de la dolarización de nuestro país, cuando Alfredo Cristiani era Presidente. Es muchísimo más antigua. Hoy vamos a analizarla en los tiempos más recientes.
La corrupción en nuestro país ha cambiado de formas según el momento y el origen de quienes se abrogaron el derecho de administrar el Estado. En los años de la dictadura militar, por ejemplo, los robos al erario eran menos escandalosos, más disimulados y se nutrieron con los alrededor de 1.000,000 de dólares que aproximadamente mandaba todos los días, los entonces gobiernos de los Estados Unidos para financiar la guerra contra la insurgente guerrilla del FMLN, de aquella época. Este es un modelo típico de las dictaduras latinoamericanas y las formas de corrupción y robo fueron muy parecidas.
Cuando Alfredo Cristiani y el Partido Arena ganaron la presidencia llegaron al gobierno los poderosos empresarios financieros que desplazaron a la antigua oligarquía cafetalera. Estos nuevos administradores del Estado salvadoreño, lo primero que hicieron fue condonarse la deuda de los bancos que había nacionalizado el expresidente democristiano, José Napoleón Duarte y después, sin el menor disimulo ni vergüenza, los vendieron a inversionistas extranjeros de Estados Unidos, Holanda, y Colombia. En este “negocio”, ejemplo de la corrupción más taimada e inmoral, ganaron 5 mil millones de dólares, de los cuales el Estado salvadoreño y el pueblo salvadoreño, no vieron ni un centavo. Es el caso de corrupción más grande de la historia de El Salvador contemporáneo.
Ese ejemplo de corrupción del que los grandes poderes mediáticos no quieren hablar, ni escuchar, es mucho mayor que la que se le achaca al expresidente Mauricio Funes. Destacamos dos cosas: primero debe probarse al expresidente, en juicio, que es un corrupto, segundo, que el volumen de lo malversado, si este fuese el caso, es igual para la justicia los 700 mil que se le achacan, que los 5 mil millones del expresidente Cristiani. Robar al erario público debe ser castigado sin importar volumen de lo robado, quien sea la persona y el cargo que haya tenido. Todos deben ser procesados.
Para el caso del expresidente Funes, habría que agregar su reciente asilo “político” en Nicaragua y los motivos que expone, para unos mentiras, para otros, motivado por las intenciones de la fiscalia con los aplausos de la oposición al gobierno, a que lo detuvieran y se repitiera el formato del Expresidente Flores. Lo cierto es que hasta el momento de hacer público estas notas, el ministerio público no ha dado a conocer ninguna acusación formal.
Da la impresión, que en El Salvador el problema está relacionado a que los métodos de fiscalización son casi inexistentes y no existe un mecanismo de control efectivo de los recursos del Estado. Esto hace que quien controla a este propio Estado se abroga el derecho de tomar lo que no es suyo y gastarlo en lo que se le plazca, así de sencillo y a la vez de trágico.
Por otra parte el Fiscal General de la República debe procesar todos los casos, abiertos y por abrir y los debe medir a todos con la misma vara. A la vez debe de dejar a un lado la mediatización de su figura o el trabajo de la fiscalía, dedicándose a su labor de investigación de los hechos. El dinero de los contribuyentes salvadoreños, del pueblo salvadoreño, que no evade impuestos, ni tiene empresas off shore en otros países, no puede ser malversado o robado por nadie.
Los supuestos colores partidarios y su retórica, no podrán tener fuerza ante argumentos sólidos y los culpables sean quienes sean deben pagar ante la justicia y recibir penas ejemplarizantes, o la enfermedad de la corrupción hará colapsar a toda la institucionalidad, incluso, hasta la incipiente democracia representativa como sistema político.
*Colaborador de la Universidad Luterana Salvadoreña