Descolonizar y despartriarcalizar la Teología y la Pastoral
Miguel Renderos*
El término “descolonización” fue utilizado por primera vez por Henri Labouret en 1952 en su obra: Colonización, colonialismo, descolonización, siendo éste un concepto que admitiría varias interpretaciones. Aquí retomamos una de varias definiciones propuestos por la mesa de diálogo: descolonización de Bolivia.
“La descolonización es, en sentido estricto, el proceso mediante el cual los pueblos que fueron despojados del autogobierno mediante la invasión extranjera, recuperan su autodeterminación. La descolonización es un proceso básico de liberación y de autonomía. La descolonización tiene como consecuencia ineluctable la independencia”.
Como se puede observar, esta definición retoma conceptos muy importantes como: la independencia, la autodeterminación, la autonomía y la liberación de los pueblos. Demostrando así, todo lo que implica dicho concepto. Además, éste ha dado vida a otros que involucran procesos de liberación, como el que se mencionan en el título de este artículo. Es decir, des-patriarcalizar en este caso: la teología y la pastoral.
Ahora bien, el concepto de descolonización en su origen, se entendió primero como el proceso de independencia que vivió América Latina y otras partes del mundo colonizado, sin embargo hoy en día se entiende como un proceso de liberación de estructuras de pensamiento y prácticas impuestas por aquellos o aquellas que ostentan el poder y que generan discriminación y sometimiento.
Es así, como desde la cosmovisión actual abordaremos las temáticas propuestas.
Como es sabido, la cultura occidental tiene su base en la Mitología Griega y en la Biblia Hebrea, estas has configurado la práctica y el pensamiento de la mayoría de los pueblos europeos, y por medio de ellos los pueblos colonizados, en nuestro caso, América Latina. En dicha base, se hallan relatos fundantes que los colonizadores después de interiorizarlos ellos mismos y hacerlos parte de su patrimonio cultural, los impusieron en los pueblos conquistados.
Entre los relatos fundantes se pueden mencionar: el relato mitológico de Pandora, que tiene un paralelismo con el relato bíblico de Eva, el cual es la base de la misoginia occidental, en este relato se cuenta que Pandora, la primera mujer, como Eva en la Biblia Hebrea. Fue moldeada por Hefesto (dios del fuego) a imagen y semejanza de los inmortales, con la ayuda de Palas Atenea (diosa de la sabiduría). Ya que Zeus había ordenado su creación para castigar a la raza humana, porque Prometeo se había robado el fuego divino para dárselo a los hombres. Cada dios le otorgó a Pandora una cualidad como la belleza, la gracia, la persuasión, y la habilidad manual, entre otras, pero Hermes (mensajero de los dioses, e intérprete de la voluntad divina) puso en su corazón la mentira y la falacia.
Según Hesíodo, había una jarra que contenía todos los males. Pandora apenas la vio, la abrió y dejó que los males inundaran la tierra. Para cuando logró cerrar la jarra, lo único que quedaba dentro era la esperanza, por lo que los humanos no la recibieron.
En esta tradición, Pandora representa la perdición de la humanidad al igual que Eva. No solo porque abrió la jarra, sino que también, fue creada con encantos y dones con el fin de castigar y perder a los hombres. En la tradición judeocristiana también se menciona a la mujer como agente de Satán. Eva como seductora que trajo el mal al mundo por su comercio con la serpiente. Ella representa a la mujer como género culpable, ocasión de pecado, tentación, cuyo cuerpo impuro y sucio, que la aleja más de Dios que el varón, se interpone entre Dios y el hombre. San Agustín, uno de los máximos representantes del cristianismo occidental afirma:
“Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones.”
En estas palabras, se propone negarles el conocimiento a las mujeres, y segregarlas, además de acusarlas como tentadoras.
En base a lo anterior, los colonizadores crearon una cultura patriarcal y machista con consecuencias inimaginables para una buena parte de la humanidad y con gran detrimento para las mujeres, al llegar a las tierras de las colonias, impusieron en los pueblos conquistados dicho pensamiento, obligando a éstos a interiorizarlo como parte de su propia cultura. Una de las tantas consecuencias de lo anterior, fue la legitimación de la exclusión y la marginación de la mujer, tanto del que hacer público como del saber y la ciencia, que quedo solamente como patrimonio exclusivo de los hombres, quedando las mujeres relegadas al oficio doméstico, excluidas de todo conocimiento académico, y por lo tanto del conocimiento teológico y consecuentemente del oficio pastoral.
No obstante, con el surgimiento de la Teología de la Liberación y los movimientos feministas, se abrieron muchos caminos de descolonización y reconocimiento de la mujer como sujeto del saber académico y teológico. Como cambio de modelo se puede mencionar el nombramiento de Teresa de Jesús que rompió el molde patriarcal, presentando un nuevo paradigma de lo que significaba ser mujer. Sus escritos y testimonio interpelaron a la Iglesia durante cuatro siglos hasta que Pablo VI la nombró en 1970 la primera mujer Doctora de la Iglesia. Con este nombramiento se reconocía pública y oficialmente que la mujer no sólo es igual al hombre en el nivel religioso y espiritual, sino que tiene mucho que enseñar como magisterio en la Iglesia y que ella también es pastora de muchos y muchas que acuden a sus enseñanzas.
Asimismo Ivone Gebara, en un artículo publicado en el libro “El rostro femenino de la teología” que lleva por nombre “La mujer hace teología. Un ensayo para la reflexión”, afirma:
“La expresión “la mujer hace teología” es nueva, como nueva es la explicación de su contenido. Antes, nunca se calificaba en términos de diferencia sexual a los autores de teología, pues era una evidencia que tal tarea era una atribución de hombres.
Hoy parece que cae la evidencia y es necesario precisar el sexo de los autores”.
Lo anterior demuestra como las mujeres se han empoderado y han sido visibilizadas y reconocidas en la Iglesia y en el quehacer de la teología, no solo cristiana sino también indígena, además de la enseñanza de la misma. Esto demuestra que el proceso de descolonización y despatriarcalización de la teología ya ha comenzado aunque falta camino que recorrer. En cuanto a la teología latinoamericana feminista se identifican por lo menos tres etapas. Entre las cuales se tienen: primera etapa, identificación de las mujeres teólogas y biblistas con la teología latinoamericana de la liberación. Segunda etapa, hacia una consciencia de, y una incomodidad con, la mentalidad patriarcal de la Teología de la Liberación. Tercera etapa, desafío de la antropología patriarcal y la cosmología de la teología de la liberación pidiendo una total reconstrucción de la teología desde una perspectiva feminista7.
Como se puede observar, en cuanto a la descolonización de la teología se ha ganado terreno, y hay todo un movimiento mundial de teólogas feministas que leen e interpretan el texto bíblico con clave de mujer, de tal manera que hoy día se identifican diferentes corrientes teológicas de pensamiento feminista.
En cambio, no se pude decir lo mismo con el oficio pastoral, es decir con la ordenación de mujeres al ministerio, ya que la jerarquía sacerdotal se opone a ello. El Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica, Ordinatio Sacerdotalis, en 1994 afirma:
“La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales…”
“Por otra parte, el hecho de que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, no recibiera la misión propia de los Apóstoles ni el sacerdocio ministerial, muestra claramente que la no admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del universo”.
A simple vista, este documento oficial cierra totalmente la puerta a la ordenación de mujeres al sacerdocio. Aunque el debate teológico sigue, la Iglesia se empeña en no permitir a mujeres en el ministerio ordenado, violentado así, el derecho de igualdad en Cristo y el sacerdocio universal de todos los creyentes. Juan José Tamayo, en su artículo: “Reflexiones sobre las mujeres en las religiones y la teología feminista” comenta que:
Las mujeres casi nunca son reconocidas como sujetos religiosos. En no pocas religiones la divinidad suele ser masculina y tiende a ser representada sólo por varones. De lo que Mary Daly concluye, creo que certeramente: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. Así, los varones se sienten legitimados divinamente para imponer su omnímoda voluntad a las mujeres y el patriarcado religioso. Dios legitima así el patriarcado en la sociedad. Precisamente porque sólo los varones pueden representar a Dios, sólo los varones pueden acceder al ámbito de lo sagrado, al mundo divino; subir al altar, ofrecer el sacrificio, dirigir la oración comunitaria en la mezquita, presidir el servicio religioso en las sinagogas (con algunas excepciones). Sólo los varones pueden ser sacerdotes en la Iglesia Católica, imanes en el islam y rabinos en el judaísmo ortodoxo. En la Iglesia Católica la ordenación sacerdotal de mujeres es considerada delito grave al mismo nivel que la pederastia, la herejía, la apostasía y se castiga de manera más severa que la pederastia: con la excomunión. La oración comunitaria de los viernes presidida por mujeres es calificada de profanación de lo sagrado.
Aquí se demuestra el nivel de exclusión y marginación que sufren las mujeres en esta área de lo religioso, se les niega su vocación de administrar lo divino, y se demuestra la verticalidad de las decisiones que afecta a gran mayoría de los y las creyentes. Aunque muchas mujeres ejercen el oficio pastoral no oficializado dentro de la Iglesia, pero la mayoría de veces dirigido y orientado por el clero verticalista que son solo hombres.
A la vez, se demuestra lo poco que se ha avanzado en esta materia y los desafíos que plantea a los teólogos, teólogas y movimiento feministas del mundo en seguir teorizando, protestando y presionando para que haya cambios en esta materia.
Lo que la descolonización y despatriarcalización de la teología ha sido un triunfo que hay que ir afianzando cada día más, lo de ordenación pastoral femenina, requiere todavía una lucha continua.
*Catedrático e investigador de la Universidad Luterana Salvadoreña.