Guerra Social: código y clave. Parte VIII

Dagoberto Gutiérrez*

Hemos dicho que la emigración hacia Estados Unidos se abrió como una salida a la guerra alimentada, desarrollada y sostenida por el gobierno de ese país. Y como sucesivamente, en ciudades estadounidenses como Los Ángeles, New York, Chicago, San Francisco, y otras, fueron naciendo sucesivamente nuevas generaciones de migrantes salvadoreños.


Los niños y niñas que acompañaron a sus padres al exilio social descubrieron que eran extraños en esos mundos del norte, pero que la mítica patria salvadoreña, la de sus padres, también les era extraña, y así, se inicia un proceso muy pedregoso de construcción de una identidad de seres humanos que no pertenecían al mundo en el que vivían y tampoco al mundo del que provenían. En esta confluencia se desata un proceso complejo que tendrá para EL Salvador consecuencias imprevisibles.


Los muchachos y muchachas descubrieron que en las ciudades estadounidenses habían otros que habían llegado antes que ellos a las ciudades y se consideraban dueños de las calles. Eran los mexicanos o los puertorriqueños, e incluso, los estadounidenses de origen africano. Aquí se entabla la primera de las guerras en la disputa por un espacio.


En ese mundo, ellos eran simplemente emigrantes y extraños, y aunque eran estadounidenses, algunos de ellos por haber nacido ya en esas ciudades, tenían simplemente un pacto con el Estado, pero no eran parte de la nación estadounidense, y siempre eran, simplemente emigrantes.


Resuelta la confrontación, de manera favorable a los salvadoreños, con los emigrantes que habían llegado antes que ellos, se pasa a una segunda etapa en este proceso de construcción de identidad y se trató del reconocimiento de territorios sociales, al margen de la organización estatal. Así, los barrios, las calles, las esquinas, fueron adquiriendo para estos jóvenes desconocidos y reconocidos solo por su familia, muchachos y muchachas sin patria, que solo contaban con su identificación. Poco a poco, estos seres humanos fueron conociendo y reconociendo un territorio urbano que se fue convirtiendo en su mundo, es decir, aquella parte de la realidad que ellos conocían y entendían, que se convirtió lentamente en su casa y hasta en su hogar. Ahí, en ese territorio, ellos eran y eran reconocidos como tales.


A partir de ahí viene una tercera fase que es la lucha por ese territorio que les daba poder en una sociedad que los desconocía totalmente, que les aseguraba un lugar en el cielo, pero aquí nace la confrontación con otros grupos que también necesitaban un territorio y se descubre que los mismos grupos crecientes y crecidos de muchachos y muchachas originarios de El Salvador estaban en disputa entre sí. Ya eran fuertes, ya eran organizados, ya tenían jefaturas y mandos, pero tenían un mundo muy pequeño, reducido a ciertas calles y barrios de ciudades como Los Ángeles, o Chicago o New York. Este era el mundo minúsculo en el que estaban encerrados dentro de la sociedad estadounidense.


En esta cuarta etapa estalla la confrontación entre los mismos emigrantes de origen salvadoreño y los grupos ganan identidad propia y diferente y nacen en el hábitat de la confrontación intestina, en una lucha por un territorio que expresaba la fuerza, el poder y el mundo que estos grupos necesitaban. Por eso, los nombres que adquirieron y adoptaron hicieron referencia a ciertas calles de estas ciudades como la M-18 o también al origen mítico, lejano y desconocido de estos mismos grupos, por eso aparece el nombre de salvatrucho, haciendo referencia a alguien que no es estadounidense pero tampoco salvadoreño. Al final, en este doloroso proceso identitario, no tienen más camino que optar por ser salvatruchos, es decir, salvadoreños de poca monta, o salvadoreños bajo cuerda, o salvadoreños de contrabando. Todo esto quiere decir la figura de salvatrucho. En definitiva, es una expresión, la salvatrucha, que expresa una búsqueda y una opción hacia una patria lejana y borrosa.


Estos territorios son controlados y definidos geográficamente. En una quinta etapa se choca con los grupos mexicanos, puertorriqueños, africanos y de otras nacionalidades, y se institucionaliza la portación, adquisición y uso de las armas de fuego. Estas habían aparecido anteriormente, pero es en esta etapa donde este fenómeno de la armamentización se crece y aparece el ejercicio de una violencia fuera de la violencia estatal. Y por primera vez, las autoridades estadounidenses se percatan de lo que se había desarrollado al interior de su mundo, y la palabra banda empieza a sonar y repiquetear cuando el fenómeno ya estaba instalado con fuerza en el territorio de ese país. Estos muchachos y muchachas eran entendidos y tratados como delincuentes. En efecto, en algunos casos, se trataba de hechos ilícitos. La misma organización, fuera del control de las autoridades, en una sociedad donde el Estado controla hasta los suspiros de los seres humanos, era un delito perverso que debía ser perseguido.


El choque fue inevitable y en un sexto momento, el gobierno estadounidense opta por expulsados hacia El Salvador, que era, como hemos dicho, un mundo desconocido.


Estos muchachos fueron tratados como emigrantes cuando ya no lo eran y fueron entendidos como salvadoreños que habían emigrado, que tampoco lo eran, y al instalarlos en el territorio salvadoreño fuera de sus ciudades, simplemente instalaron en un mundo pavorosamente neoliberal, en una sociedad de mercado total, a una fuerza que había nacido en el norte, pero tenía sus raíces más íntimas y desconocidas aquí, en pleno sur, y por eso se produjo un encuentro y una especie de fusión que fortaleció todo un mundo que ya había nacido dentro del mundo de mercado, de negocio y de mercancía instaurado en EL Salvador. Y estos mundos en conflicto pero con muchos puntos de encuentro e identificación, empezaron a rodar, a encontrarse, a conocerse y a reconocerse.


Se trata del mundo del mercado hecho Estado y hecho sociedad y estilo de vida, y el mundo de miles de muchachos y muchachas fuera del mundo de los derechos, del Estado, de la identidad y del reconocimiento, pero que han sido capaces de construir un poder propio y una identidad basada en la fuerza, en el control de un territorio, en jefaturas férreas y en una pertenencia hilvanada a sangre y fuego. De esta manera, dos fuerzas violentas y sangrientas, es decir, el mercado y las bandas juveniles se reconocen, se encuentran y se alían, en un proceso que es parecido a aquel pacto que es secreto pero evidente entre una madrugada oscura y un amanecer luminoso.


Como podemos ver, la emigración hacia los Estados Unidos es parte inseparable del proceso de construcción de la guerra social, pero ya estamos instalados en nuestro territorio quebradizo e inestable.

Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña.
 

* Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña

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