La calle: un medio de subsistencia
David Quintana*
Cuando en algún momento de nuestra vida, encontramos estadísticas como éstas que nos dicen que: “en el mundo hay alrededor de 120 millones de niños viviendo en la calle (30 millones en África, 30 millones en Asia y 60 millones en América del Sur)”.1 Probablemente podríamos preguntarnos ¿dónde ésta la familia de estos niños?, ¿qué ha hecho el Estado por ellos?, ¿a qué se dedica el ISNA, la LEPINA?, sin lugar a dudas tendríamos más preguntas que respuestas, pero con la única certeza que en efecto algo pasa.
Con nuestra sed de respuestas, seguramente en algún momento con interés o no, muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de leer total o parcialmente nuestra Carta Magna, quizá muy pocos haberla interpretado y menos aún los que en la praxis cotidiana sean vistos como el objeto y fin de la actividad del Estado, como señala el artículo número uno de la Constitución de la República.
Si avanzamos un poco más en la lectura, encontramos el art. 2, el cuál nos dice que: “es obligación del Estado procurar la protección de los derechos a la vida, a la integridad física y moral, a la libertad, a la seguridad de las personas y a protegerlas en la conservación y defensa de los mismos.”2 Es decir, que supuestamente no estamos solos y que por el contrario tenemos literalmente en nuestra Constitución a nuestro “ángel guardián”.
Así crecemos con esas comprometedoras palabras, que para mal desde la infancia nuestros padres y maestros nos comienzan a desmentir a partir de su experiencia y óptica de la realidad. No obstante estos análisis tardan en ser compartidos con nosotros cuando por si mismos nos hemos dado cuenta de que lo que nos faltó saber cuál sería la finalidad que tienen los que están detrás del aparato del Estado.
Esa pregunta a la que rápidamente le he hemos dado respuesta parte del simple hecho de vernos en el espejo económico, político, social y cultural, observando que ha sido de nuestra vida, qué es y qué probablemente será en el futuro. Con esa primera impresión que pudiéramos estar mejor, si tenemos en cuenta que no hemos tenido las oportunidades que añoramos, y que con el pasar del tiempo nos damos cuenta que estamos solos (a pesar que para el cristianismo sea todo lo contrario) entendemos que tenemos que esforzarnos para lograr nuestros propósitos de vida, siendo al mismo tiempo relativamente conscientes que de igual forma existen otros humanos que están en mejores condiciones que nosotros, pero que también hay otros que están igual o peor, luchando por la subsistencia en un mundo que desde que nacemos vemos y muy pronto entendemos que es desigual e injusto.
Conscientes de ello, individualmente y con los ánimos cuesta arriba, auto motivados por nuestro instinto de supervivencia y viéndonos desprotegidos por el Estado, las instituciones gubernamentales y hasta de nuestra propia familia, no vemos otra salida que no sea la de subsistir a como de lugar, siendo consciente de nuestra limitada formación académica, salud, seguridad etc; nos permitirá muy pocas oportunidades laborales aquí y en cualquier parte del mundo.
Ante este panorama, “de puertas cerradas” solo queda algo que siempre ha estado ahí, y esto es “la calle”, uno de los últimos patrimonios públicos de los ciudadanos salvadoreños donde se sabe que no se rechaza a nadie, las leyes son pasadas por alto, no existen restricciones de tiempo y todo parece ser permitido, haciendo de la calle un poderoso medio de supervivencia muy poco ético y humano, pero que desde los ojos del capital tiene sentido y puede ser explotado a diestra y siniestra. Muestra de ello es la aparición y expansión del sector informal como una alternativa de generación de ingresos mediante la compra y venta de todo lo que sea posible, incluso de la vida misma.
Ante ésta situación, a la que algunos teóricos como M. Friedman la catalogan como estado de “shock económico” en la que se vive en un mercado libre, ha dado la pauta para que la calle sea el lugar perfecto donde se cometan todo tipo de actividades delictivas tales como: robos, extorsión, secuestros, prostitución, venta y tráfico de drogas, la toma de territorios por grupos de maras y pandillas, con un único fin de la generación de ingresos. Siendo estos ingresos no obtenidos por la vía legal, los que si le permitan al ser humano tener lo que legalmente la praxis le ha negado. Esto sin excusar el accionar delincuencial.
Como consecuencia, la calle se ha convertido en el lugar donde se vive como una sola familia formada por todos los que han sido olvidados y expulsados por una multiplicidad de circunstancias en algún lugar del mundo, que comparten un objetivo en común, y este no es más que subsistir a toda costa, lo cual a su paso ha dejado como resultado el auge de violencia y criminalidad insostenible en algunas regiones del mundo.
En suma, la desatención estatal ha hecho de las calles un creciente medio de supervivencia fundamentalmente ilegal que provee del sustento diario a miles de familias, quienes ven en esta “calle” su única salida.
Referencias
Constitución de la República de El Salvador. Título I, Capítulo único
ONG Humanium Niños de la calle. Recuperado de: http://www.humanium.org/es/ninos-calle/ Consultado el 14/12/2014
* David Quintana es docente del Departamento de Educación de la Universidad Luterana Salvadoreña.