La corrupción ¿es una realidad natural o producto de unas estructuras que corrompen a los individuos?

Rubén Fúnez

Todo mundo habla de las pandillas: en las comunidades, en las universidades, en los medios de comunicación tanto hablada como escrita, en la reunión de amigos, etc, etc. Nosotros también en esta ocasión lo vamos a hacer, y lo haremos no porque entendamos este “fenómeno”, sino justamente para indicar que se trata de una situación que se nos escapa de las manos, se nos escapa de la comprensión. Y, evidentemente, si no logramos entender lo que está ocurriendo difícilmente se podrán proponer salidas a esta crisis.

Últimamente lo que se está poniendo en el tapete de la discusión es la “perversión” a la que ha llegado, el modo de proceder de las pandillas, hacen lujo de maldad. No vamos a entrar a describir algo que todos conocemos y que a todos nos causa indignación. Tampoco nos interesa describir el modo como están organizados etc, etc. Más bien queremos abordar la situación como lo que es, es decir como “manifestación”, mostración, exhibición de algo más radical. Porque sólo si tratamos la situación de este modo, vamos a poder establecer los vínculos con otros modos de proceder que son tan perversos o más, que el modo de proceder pandilleril.

Nos referimos a todos los casos de corrupción que azotan actualmente, tanto a las izquierdas como a las derechas latinoamericanas; pero también nos referimos a todas esas medidas en las que sin importar las consecuencias, mandan a la calle a los obreros tanto en los países pobres como en los países ricos, ocurre tanto en la Argentina como en Estados Unidos. Pero también, ese modo de proceder se da en aquellos grupos que son incapaces de admitir la disidencia, la crítica. En Honduras, por ejemplo, asesinaron a Berta Cáceres y unas semanas después asesinaron a otro miembro de su organización ambientalista. Los que conocen el modo de proceder de los poderosos de Honduras, saben perfectamente, que son capaces de cualquier monstruosidad si ven mínimamente en peligro sus intereses, sin importar lo que pueda ventilarse a nivel internacional. 

Este modo de plantear el problema evita que se crea de que sólo son algunos los responsables de lo que ocurre en nuestras latitudes. ¿Por quién redoblan las campanas? Pues habría que decir que por todos. Todos de alguna manera somos responsables de que la situación haya llegado a los extremos actuales. Algunos pensaran que este modo de enfocar el problema desenfoca la cuestión, sin embargo, creemos que es el modo más radical y honesto que tenemos de hacerlo. Porque, además, este modo de abordarlo nos entronca con una fuerte corriente filosófica que se ha planteado problemas similares.

Parece que fue M. Bayo al que se le ocurrió decir que Dios no pudo habernos creado tal y como actualmente somos. De acuerdo a los relatos bíblicos Dios se gozaba en sus creaciones, todo lo que salía de su palabra era bueno. No obstante, una vez creado el ser humano, de acuerdo a estas mismas narraciones, se arrepintió de haberlo creado. Este siendo bueno devino perverso. Y los judíos, lo mismo que Vargas Llosa respecto al Perú, se preguntaron ¿cuando se jodió el ser humano? Una vez planteada, dicha inquietud no ha dejado de inquietar a las mejores inteligencias que ha tenido la humanidad. Los judíos la atribuyeron a una falta original, falta que fue pervirtiendo a todo el género humano, se trató de una falta que  destruyó sus relaciones fundamentales: la relación consigo mismo, la relación entre los hombres y Dios, las relaciones entre los hombres, las relaciones entre el hombre y la naturaleza.

 

T. Hobbes, estaba persuadido que los hombres somos naturalmente malos, de tal modo que nos vemos obligado a ceder nuestros derechos a una instancia superior y evitar que nos destruyamos entre nosotros mismos; este pensador estaba convencido que los hombres somos unos lobos para los demás hombres. En cambio J.J Rousseau pensaba que los hombres somos fundamentalmente buenos, pero que al tener que someterse a un régimen social, hay algo que lo malea. Para Rousseau si el hombre  pudiera ir a la libre, seguiría comportándose como un buen salvaje, pero lo que ocurre es que no puede, y por lo tanto se ve obligado a hacer su vida con otros seres humanos, y hay algo en este “viajar” a lo social, o mejor dicho al grupo,  que afecta toda realización positiva de los hombres.

Esta manera de ver las cosas, plantea un agudo problema: ¿es el hombre el malo o es la estructura social en la que se inserta la mala?  G. Tarde, afirmaría que si la estructura está constituida por hombres, los malos y perversos son estos últimos; mientras que E. Durkheim, quizá, establecería que si el grupo no es mera yuxtaposición de individualidades, el mal hay que atribuírselo a la estructura.

 El problema que plantea Tarde dejaría por fuera el hecho inconcuso de la supremacía que tiene la estructura respecto a sus miembros, hecho que puede llevarnos a concluir que no es enteramente cierto que las colectividades sean una mera yuxtaposición de individualidades. Pero el problema que plantea Durkheim corre el riesgo de ignorar una de las mayores conquistas morales de la humanidad, nos referimos al hallazgo de la responsabilidad personal. Si las estructuras son las perversas, entonces los seres humanos, miembros de dichas estructuras, no son más que víctimas de su funcionamiento.

¿Qué luces nos da el problema pandilleril a este agudo problema? ¿Es el pandillero una mera víctima de unas estructuras opresoras y excluyentes? ¿son estas estructuras las que vuelven corruptos, tanto a tirios como a troyanos? ¿o es el individuo el responsable de sus propias opciones y, por lo tanto, también de sus consecuencias? ¿Es el hombre corrupto por naturaleza, o es parte de unas estructuras capaces de corromperlo?

Hay que decir que los pandilleros no surgieron espontáneamente, en este sentido, esta sociedad real, de la que forman parte, tiene que ver esencialmente con su vida pandilleril. Sin embargo, la decisión última de las decisiones la toma una realidad que es personal, y que, por lo tanto, funciona como sujeto de sus propias elecciones, en este sentido, el pandillero es responsable de su propia vida pandilleril. No todos los excluidos son pandilleros, como tampoco no todos los hombres que acceden a las esferas de poder se corrompen. Y este dato es algo que tendría que forzarnos a pensar.

La solución a esta situación debe venir, tanto de un enjuiciamiento serio a las estructuras y al modo como están organizadas, como al enjuiciamiento de los individuos que las integramos.

*Investigador y catedrático de la ULS

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