La violencia y su impacto económico en el contexto salvadoreño

David Quintana*

En pleno siglo XXI, El Salvador está inmerso en un contexto de crisis económica, política, social y cultural. Por ello, el país sufre los embates del progresivo y multicausal aumento de hechos de violencia –que se alza a cifras nunca antes alcanzadas en su historia–. Según el Informe Regional de Desarrollo Humano (PNUD) 2013-2014 cada año millones de personas en América Latina son afectados por una diversidad de manifestaciones de violencia.

Cuantificar esta violencia en términos estrictamente económicos constituye una labor sumamente compleja debido a la limitada cultura de denuncia en el país, aunada a la intimidación generada por los agresores. Según “las encuestas de victimización conducidas por la IUDOC solo un 25% de las víctimas de un delito acude a las autoridades a denunciarlo”1. Esta falta de denuncia contribuye a la formación de elevados niveles de sesgo en las cifras que periódicamente reportan las autoridades e instancias involucradas, poniendo en tela de juicio el grado y alcance de la problemática.

Geográficamente, El Salvador se encuentra dentro del considerado Triángulo del Norte, del que forman parte también Guatemala y Honduras. Esta es “una de las regiones más violentas del mundo [alcanzando] un promedio de 79 asesinatos por cada 100 mil habitantes, según cifras del año 2013”2. Estas cifras dejan en evidencia el clima de violencia e inseguridad que vive la región. Inseguridad que se cree resolver con la tenencia de armas. Tanto es así que, según datos estadísticos, en “El Salvador 7 de cada 100 habitantes tiene armas de fuego”3 provenientes de diversas fuentes.

Paradójicamente, la tenencia de armas representa en sí misma, más que una seguridad, una amenaza para la integridad de la ciudadanía que sufre la problemática. El tratamiento de esta problemática repercute en el manejo de los recursos del Estado. El Estado salvadoreño se ve forzado cada año a elevar progresivamente la partida presupuestaria para la cartera de salud, que según el PNUD representó “el 11.5% del Producto Interno Bruto (PIB)”4 en el año 2013. En ese año se reportaron que “3950 personas fueron hospitalizadas por lesiones graves de las cuales 2,575 fueron heridos con arma de fuego y 1015 fueron heridos con otro tipo de ellas.

Estimando que el costo promedio de atención por lesiones graves fue de $3,419, deja como resultado una erogación de $12.3 millones en hospitalizaciones”5 a consecuencia de la violencia, lo cual implica que el país consigne más fondos a materia de seguridad, descuidando otras áreas de suma importancia para el desarrollo de la nación –como la educación–.

El flagelo de la violencia deja huellas imborrables en la vida y memoria de los salvadoreños desde el período de la colonización. Más recientemente el conflicto con Honduras y la guerra civil en la década de los 80´s han hecho de la violencia el diario vivir de la población. Esta se ve forzada a adoptar una serie de medidas de carácter preventivo, tanto a nivel individual como colectivo, para minimizar sus repercusiones, llevándola a modificar sus estilos de vida. Modificaciones en el estilo de vida que entre los que podemos contar: la compra de medicamentos, el cambio de domicilio y/o uso de un medio de transporte, la instalación de cámaras de seguridad y alarmas antirrobo, contratación de guardias de seguridad, entre otras.

En suma, la multiplicidad de hechos violentos le genera al país una amplia gama de costos directos e indirectos, muchos de ellos desapercibidos por la sociedad y por lo consiguiente, se tornan incalculables. Sin embargo, la pérdida de la productividad constituye el punto de partida para la medición de estos costos6. Acorde a la Organización Mundial de la Salud (OMS) el costo total de pérdida de productividad en El Salvador asciende a los $259.5 millones. Esta cifra que, si se contabiliza en función de pérdidas de productividad en relación al índice de homicidios, resulta apenas explicable. Se puede concluir entonces que la violencia es una de las razones que encasillan el desarrollo económico y social de la nación. Nación que históricamente se ha visto estancada en el abismo del subdesarrollo.

* Docente de la Licenciatura en Ciencias de la Educación de la Universidad Luterana Salvadoreña

 

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