Mujeres centroamericanas y colombianas luchando por la paz

Deysi Cheyne* 
 
Los días 11 y 12 de agosto, recién pasados, en la ciudad de Bogotá, Colombia, nos juntamos decenas de mujeres provenientes de Centroamérica: salvadoreñas, guatemaltecas, nicaragüenses y hondureñas, y de todos los departamentos y regiones de Colombia, con el propósito de reflexionar conjuntamente sobre el papel jugado por las centroamericanas en el  desmontaje de las guerras civiles libradas hace más de 20 años en nuestros respectivos países, destacando las lecciones aprendidas durante los procesos de negociación y los acuerdos de paz que pusieron fin a los conflictos militares de aquella época, durante los años 80 y 90 del siglo pasado.
 
Tanto las organizaciones de mujeres colombianas como las agencias de Cooperación Internacional que están apoyando el actual proceso de negociación para la paz en Colombia, desarrollándose en La Habana, enfrentan muchos retos relacionados con la participación de las mujeres en este proceso y la forma en que se debe lograr que los intereses y las necesidades de las mujeres sean parte integrante de los acuerdos de paz, actualmente en discusión. Una preocupación central es la llamada “etapa post acuerdos”, la cual debe significar una oportunidad para que la sociedad colombiana se reconstruya no solo física y materialmente sino, sobre todo, se fortalezca construyendo relaciones más humanas e igualitarias entre hombres y mujeres.
 
Participar en esta reflexión, a la luz de lo acontecido en el proceso de negociación salvadoreño, fue también una gran oportunidad, pues nos permitió hacer una lectura hacia el pasado, con nuevos ojos, con una mirada feminista, profundizando con mayor objetividad en los logros, los aciertos, los desaciertos y equivocaciones que hoy nos están pasando la factura a toda la sociedad.
 
Algunas de las más importantes reflexiones expuestas durante el encuentro con las mujeres colombianas fueron las siguientes:
 
La guerra de liberación nacional librada por 12 años en El Salvador fue posible culminarla con un desenlace negociado porque lo permitió la correlación interna y externa del conflicto. Los sectores dominantes y la propia Fuerza Armada jamás hubieran negociado con una fuerza guerrillera derrotada o vencida, pero también, los acuerdos alcanzados dependieron de esa correlación. Se desmontó el cuerpo represivo y la naturaleza gobernante del ejército militar a cambio del desarme de los insurgentes y su desmovilización hasta convertirse en partido político. Esto permitió acabar con la exclusión política de los alzados en armas e instaurar una democracia electoral que ya llegó a sus límites. El sistema de partidos políticos existentes ya no son instrumentos de transformación social y el Estado salvadoreño, atrapado por el mercado como resultado del modelo económico montado al final de la guerra, está mostrando sus graves falencias para atender las demandas ciudadanas que le toca cumplir.
 
Los acuerdos de paz no lograron garantizar el camino para resolver el conflicto social y económico, con sus causas estructurales e históricas que habían hecho estallar la guerra. Es decir, se acabó con la exclusión política pero se agudizó la exclusión económica, sobre todo por la manera ortodoxa con que se instaló y aplicó el modelo neoliberal en nuestro país. Esta es una de las mayores falencias de los acuerdos de paz: el cese del conflicto militar y el fin de la guerra, es solo el comienzo de una nueva etapa: la etapa de POST GUERRA, y no significa ni que haya paz ni que haya justicia, ni reconciliación, por decreto, tal como fue negociado por las partes en conflicto. La no asunción de que entrábamos a una etapa de post guerra, con sus secuelas propias y las necesidades de una reconstrucción física, material y espiritual de toda la sociedad, aplastó la gran oportunidad para que esta fuera la etapa de las transformaciones por las que se había luchado y derramado tanta sangre. La prosperidad, la justicia, la inclusión social, la igualdad y la equidad no llegaron con el fin de la guerra porque se dejó de luchar por ellas. Se hizo de la democracia un juego de privilegios que sedujo y atrapó a los que se vieron encantados por ella. Lo que hoy tenemos, 23 años después, no es una sociedad ni una economía democrática, la desigualdad creció y con ella la violencia generalizada.
 
Una tercera reflexión está relacionada con la participación política de las mujeres, tanto en la guerra como en la post guerra. Las lecciones señalan que las mujeres, sin conciencia de género, no garantizan su lucha por los derechos de las mujeres ni que tengan una manera diferente de ejercer el poder público. La consigna de “Más mujeres al poder” para garantizar que los intereses y las necesidades de las mujeres sean incorporadas por las elegidas, no nos ha funcionado como pensamos. Mientras las funcionarias no adquieran identidad y conciencia de género y sus valores sigan siendo patriarcales, poco se ganará con cuotas femeninas ejerciendo funciones públicas.
 
Estas y otras reflexiones fueron compartidas con las lideresas colombianas, de las cuales aprendimos intensamente: el coraje con el que han logrado instalar una Sub-comisión de Género en la propia mesa de negociaciones, les está permitiendo elevar sus intereses a las partes negociadoras, hacerse escuchar directamente y prepararse para la etapa de los post acuerdos.
 
Esperamos que este intercambio sea el inicio de un aprendizaje mutuo y continuo entre centroamericanas y colombianas cuyos destinos están compartidos por el sueño y la utopía de un mundo más humano para todas las mujeres y hombres de nuestro continente.
 
*Coordinadora del Programa de Género de la Universidad Luterana Salvadoreña.

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