¿Y quién atiende el daño sufrido por las sobrevivientes de la violencia sexual?

Deysi Cheyne

 

En los últimos días, además de los acostumbrados escándalos políticos, los medios dieron cuenta de una noticia que probablemente alarmó a la jerarquía católica, no por lo ocurrido, puesto que se trata de hechos bastante frecuentes dentro de la iglesia, sino porque, por primera vez, el abuso y la violencia sexual practicada por sacerdotes con sus feligreses, sobre todo con menores, llevaron a una acusación pública que era reconocida y condenada por el propio arzobispo de San Salvador.

 

Con toda seguridad, la orden vino del propio Vaticano, cuyo representante, el Papa Francisco, ha dado muestras contundentes de estar dando una lucha feroz contra esta práctica inveterada entre sus sacerdotes. Buena noticia fue la declaración oficial de la Conferencia Episcopal de El Salvador de “cero tolerancia” al abuso sexual de menores y de la instalación en todas las diócesis de la iglesia, de oficinas que reciban las demandas contra los clérigos. La propia Conferencia Episcopal en pleno se comprometió públicamente a “proteger a todos los niños, niñas y adolescentes y a hacer justicia” en cada una de sus diócesis.

 

Paralelamente, varios parlamentarios se movilizaron a presentar reformas a la ley procesal penal a fin de suprimir la prescripción del delito de abuso sexual contra menores. La misma iglesia señaló en un comunicado firmado por el arzobispo que “el crimen de abuso sexual contra un menor no puede prescribir” y calificó de “perversa” dicha prescripción porque “favorece la impunidad del criminal y expone a tan grave peligro a nuestros inocentes niños”. El arzobispo, en nombre de la iglesia, pidió perdón a las víctimas y a toda la sociedad y reiteró su compromiso por la justicia a favor de las víctimas. Por ahora, el discurso ha estado a tono con las críticas de la opinión pública, aunque hubo algunas condenando a las mismas víctimas bajo el argumento de no haber hecho antes estas denuncias.

 

Por su lado, el movimiento amplio de mujeres emitió un comunicado repudiando la violencia sexual en contra de niños, niñas, adolescentes y mujeres por parte de las autoridades y miembros de la iglesia y destacando el papel de las instituciones religiosas como “sostenedoras de una cultura patriarcal” que viola los derechos sexuales y reproductivos como derechos humanos. Además, exigen del Estado “revisar los mecanismos de control y enseñanza de las iglesias que promueven y toleran” la violencia sexual y a los victimarios de la iglesia a pedir perdón a sus víctimas.

 

Esta condena social parece importante y necesaria para avanzar en la lucha por erradicar la violencia de género en todas sus dimensiones y modalidades; probablemente aliente a las que la sufren a denunciarla y desaliente a los abusadores a desistir de su uso. Pero, quién atiende las secuelas del impacto psicológico que genera cada abuso sexual, venga de donde venga? A quien corresponde ayudar a tantos niñas, niños y adolescentes abusados? Qué institución del Estado se ocupa de la salud mental de las personas sobrevivientes de la violencia sexual, cuyas vidas quedan traumatizadas para siempre.

 

Este es un problema serio que queda invisible cuando lo que se prioriza es la denuncia pública de quien comete el delito sexual. Por eso es relevante ocuparse también del impacto psicológico que produce la violencia sexual.

 

En una reciente homilía ofrecida por el Papa Francisco, al referirse al fenómeno de la pederastia, éste señalo enfáticamente que “la iglesia es consciente de este daño; es un daño personal y moral, cometido por hombres de Iglesia. Y no vamos a dar un paso atrás en lo que se refiere al tratamiento de estos problemas y a las sanciones que se deben poner”. De qué manera la iglesia podrá atender el impacto psicológico de las y los menores abusados, si es que a esto se refiere el Papa.

 

La psicología como ciencia ha estudiado e investigado mucho respecto al daño personal que sufren las personas abusadas sexualmente. Enfermedades psicosomáticas y trastornos psíquicos, emocionales y sexuales, así como traumas familiares, acompañan casi siempre estas experiencias de abuso en las y los menores. Además, dependiendo del nivel de confianza existente entre el victimario y la persona abusada, así es la magnitud y el grado de traición experimentado. Los síntomas físicos experimentados por las víctimas de abuso sexual infantil son: dolor pélvico crónico, trastornos gastrointestinales, obesidad y trastornos alimentarios, Insomnio y trastornos del sueño, Pseudociesis (síntomas de embarazo sin un embarazo real), disfunción sexual, enfermedades respiratorias, adicciones y abuso de sustancias, dolor de cabeza y espalda crónico.

 

Entre los síntomas psicológicos y del comportamiento experimentados por víctimas de abuso sexual infantil están: depresión y ansiedad, Trastorno por estrés postraumático (TEPT), estados disociativos (personalidad múltiple y esquizofrenia), autolesión repetitiva, suicidio, comportamientos sexuales compulsivos o disfunción sexual, incapacidad para confiar, conductas inapropiadas (mentir, robar, huir, etc.), incapacidad para mantener el empleo, entre otros. Las víctimas de abuso sexual no pueden simplemente “tratar de no recordarlo», su recuperación definitiva depende del tipo de delito, la frecuencia y duración del abuso y la existencia, o no, de una persona afectuosa y de confianza para confortar y ayudar a la víctima. Este tipo de abuso es demoledor para las víctimas porque lo sufren en momentos de mucha inocencia y confianza en los adultos. Por eso es clave garantizar que no queden fijadas a su victimización, sino que lleguen a ser lo mejor que pueden ser, realizarse como personas y desarrollar un proyecto personal o colectivo que le dé sentido a sus vidas.

 

*Coordinadora Unidad de Género de la ULS

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